Tiempo atrás, la salida del colegio, mi hija se
acercó y me dijo fascinada: "Mamá, ese niño habla japonés", luego se
acercó al niño y comenzaron a mirarse, a sonreir y a perseguirse alrededor de
lo que queda del viejo árbol talado de la puerta del cole.
Me acerqué a la mamá del niño y me presenté (¡y
sí... no puedo con mi genio!) Le conté que Alba estaba impactada con su idioma
y ella me aclaró que hablaban chino. Entonces le pedí que, por
favor, me enseñara a decir "hola" en chino para que Alba pudiera
saludar amorosamente al niño al día siguiente. "Ni
hao", me dijo (perdón, mi teclado no tiene acentos chinos). Y sonrió
tímidamente. Yo también le sonreí.
Al día siguiente, retomaron el juego alrededor del árbol
Alba y su nuevo amiguito. Esta vez, su papá estaba en la puerta del cole. No
pasaron muchos minutos antes de que yo saludara al hombre y nos pusiéramos a
charlar. Nos dimos cuenta que compartíamos dos salas y le
brindé mi ayuda para lo que pudieran necesitar.
Antes de subir al auto Diego, así se llama el papá
del pequeño amigo, sacó de su bolsillo una bolita. "Tomá, me dijo, probala
es muy rica". Partí el fruto amarronado y algo áspero y dentro había una
esfera gelatinosa de sabor fresco y agradable. Se llama Ojo de Dragón o Longan,
me dijo, y me regaló -además- unas semillas del hermoso árbol para que las
plantara.
Me quedé pensando en lo que había pasado, en lo
grandioso de dar conversaciones amorosas y sembrar relaciones. Ciertamente
la curiosidad y la amabilidad dan frutos. Hoy, con forma y
sabor a Ojo de Dragón.
Te pregunto… ¿cuándo fue la
última vez que alguien te generó curiosidad y te animaste a dar una
conversación amorosa?
Te leo.
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