Escuchar al futuro: Una llamada sin atender
Vivimos tiempos donde los adolescentes están más conectados que nunca y, paradójicamente, más solos que nunca también. Hablan, escriben, publican, comentan… pero ¿alguien los escucha con verdadera presencia? ¿Alguien los contiene sin juicio, sin apuro, sin intención de corregir? Hace tiempo que vienen pidiendo ser mirados, ser comprendidos, ser considerados, ser validados. No lo gritan con palabras claras, pero lo expresan en sus silencios, en sus cambios de humor, en sus actitudes disruptivas o retraídas.
Las redes sociales, aunque a veces parecen un salvavidas, son un océano revuelto donde navegan sin brújula, expuestos a comparaciones constantes, exigencias de perfección y validación superficial. Atenti, lector! No es mi intención demonizarlas, pero tampoco podemos seguir ignorando que dejarlos solos allí es abandonarlos en su momento más vulnerable: cuando están construyendo su identidad, cuando necesitan referentes reales y espacios seguros donde puedan preguntarse sin miedo: ¿Quién soy? ¿Qué lugar ocupo en el mundo? ¿Qué es importante para mi? ¿Qué talentos tengo?
Es aquí donde el coaching puede marcar una diferencia profunda. En las escuelas, el coaching no es un lujo: es una necesidad urgente. No se trata sólo de acompañar a los adolescentes, sino también de generar una transformación cultural dentro de la institución. Los docentes y directivos también necesitan ser escuchados, reconocidos, sostenidos.
Es enriquecedor para mi ver la transformación de alumnos y docentes durante los talleres. Ver como se muestran tímidos y desconfiados al inicio y cómo cambia su corporalidad, su apertura al aprendizaje y su confianza a medida que co-creamos un espacio de validación, aceptación y oportunidad de cambio. Sin dudas, siempre me llevo más de lo que dejo.
El coaching educativo aporta herramientas valiosas para cultivar una comunicación empática y efectiva, fomentar la autorregulación emocional y promover el pensamiento reflexivo. Invita a todos los actores del sistema educativo a liderarse a sí mismos, a hacerse responsables de sus elecciones y a potenciar sus capacidades. Los estudiantes aprenden a confiar en sí mismos, a reconocerse en sus emociones, a tomar decisiones más conscientes y a conectar con su propósito. Los docentes desarrollan habilidades de escucha profunda, liderazgo colaborativo y resiliencia frente al desgaste emocional. Los equipos directivos adquieren una mirada estratégica más humana y participativa, capaz de sostener procesos de cambio con sentido.
Cuando el coaching se integra a la vida escolar, se abren espacios de conversación auténtica, se aprende a escuchar desde otro lugar, se fortalecen vínculos, se previenen conflictos y se enciende la chispa de un liderazgo más compasivo, creativo y transformador.
El coaching no impone respuestas: abre preguntas poderosas. No diagnostica: acompaña procesos. No juzga: sostiene.
Imaginemos una escuela donde cada adolescente tenga un espacio donde pueda SER sin máscaras, donde los adultos estén entrenados para escuchar más allá de lo obvio, donde el silencio también sea un puente y no un muro.
No estoy hablando de una utopía. Estoy hablando de una decisión posible y profundamente transformadora. Aún estamos a tiempo.

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